DISNEY: UNA ROMÁNTICA MENTIRA
- Inside The Closet
- 17 oct 2018
- 3 Min. de lectura
Hace un par de meses solía tener un grupo considerable de amigos, todos botábamos pluma y vomitábamos escarcha a diestra y siniestra sin importar lo que un heteronormado diga, como debería ser. Hoy, esa bola arcoíris quedó reducida a uno que otro destello de color, como no debería ser. Salíamos frecuentemente, íbamos en bandada por la zona T o por el centro de la ciudad comentando sobre nuestras desastrosas vidas sentimentales esperando consuelo en las palabras del otro. Ciegos guiando sus caminos entre sí.
Uno siempre tiene su favorito por naturaleza a pesar de querer al resto del grupo por igual; el confidente, el hombro para llorar cuando se necesita. Algo así como el amigo heterosexual que se deja manosear de su amigo no-heterosexual cuando uno quiere. En una de las típicas charlas entre todos, mi consentido y yo discutíamos sobre nuestras poco agraciadas relaciones (si es que a eso se le podía adherir esa etiqueta) hasta que el me respondió con una frase que hasta el día de hoy me retumba los oídos y en ciertas ocasiones me quita un poco el sueño: "todos queremos encontrar ese alguien que nos rescate".
Fue ahí donde pensé lo impensable, lo que ningún soltero gay en sus 20 ni siquiera debería considerar, ni mucho menos articular. Pensaba en los cuentos de hadas, en esas historias de las princesas Disney y la farsa del "felices para siempre”. ¿Qué hubiese pasado si el príncipe azul que rescató a Blancanieves jamás se hubiese aparecido?, ¿pudiera haber dormido en ese ataúd de cristal por el resto de sus días? Asumo que no, se hubiera despertado, escupido el pedazo de manzana envenenado, habría escapado de allí, conseguiría un trabajo rutinario, se hubiese afiliado a una EPS y terminaría por conseguir un donante de esperma, de esa forma quedaba embarazada. Detrás de cada persona segura de misma, independiente, y dinámica, supongo existe una versión frágil, delicada y esperando ser salvada de algo, o por qué no, alguien. Pero realmente... ¿Todos esperamos ser rescatados alguna vez?
Algunos si, algunos no. Hay conchudos que esperan a que el amor solucione los problemas del mundo, o de sí mismos y este no es un escudo eterno. Debemos ser conscientes que jamás nos llegará el príncipe azul en su caballo blanco, para llevarnos a su castillo y mantenernos el resto de nuestras vidas, porque los personajes que llegan con este propósito generalmente no bajan de los 60 años y van camino al crematorio. Es hora de empezar a quitarnos esas ideologías que las historias infantiles nos han metido en la cabeza, obligándonos a pensar que si no tenemos a alguien a nuestro lado, no somos ni seremos nada, que necesitamos vivir bajo las comodidades que otro nos pudiese ofrecer sin detenernos a pensar que somos seres racionales y mentalmente capaces de conseguir nuestras metas por cuenta propia. Prácticamente el amor nos quiere volver perezosos y la holgazanería sentimental es lo común de ver hoy en día.
¿Por qué caemos en la necesidad de esperar a que sean otros los que nos rescaten de las garras del malvado ogro, o de la bruja indolente? Somos seres pensantes y tenemos la autonomía para quitarnos esos monstruos de encima. Que no queramos es otra cosa.
Tal vez, y al final del cuento, nosotros mismos seamos nuestros propios príncipes encantados, y somos los únicos que podemos rescatarnos. Nadie más lo hará por nosotros, y estamos en la obligación de salvarnos emocionalmente de todas las situaciones en las que nos encontremos porque a pesar de que haya gente a nuestro alrededor cacheteándonos y aconsejándonos en el peor de los casos, no serán esas personas las que nos saquen del hueco en el que caímos; pueden darnos la mano, pero está en nuestras fuerzas el salir de allí. Tarde o temprano todas las brujas que nos acechan son quemadas, los dragones asesinados, y los fantasmas ahuyentados. No hay mal que dure 100 años.
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