MASOQUISMO: ¿OPCIÓN U OBLIGACIÓN?
- Inside The Closet
- 26 sept 2018
- 3 Min. de lectura
En las relaciones amorosas, hay una delgada línea entre el placer y el dolor. De hecho, hay una creencia popular que afirma que si no hay dolor en la relación, entonces no vale la pena tenerla. Sabemos que somos masoquistas o también creemos que somos optimistas al estar dispuestos a caminar sobre esa fina línea... ¿Amamos el sufrimiento o simplemente nos atamos a este?
Muchas veces voy en el correr del día a día, ocupándome de mis obligaciones, cumpliendo con mis tareas y cuando llego a casa y en mi condición de soltería, hago un profundo retroceso sobre lo que podría llegar a llamarse "mi historial amoroso": cuatro años de innumerables citas, algunas que se quedan con el sinsabor del "que hubiese pasado si..." Y otras que valdría la pena dejarlas en eso, citas de una sola vez.
Pero en las pocas que han tenido éxito, a la longitud del camino que se que estará lleno de tropiezos, y que se irán van atrayendo sentimientos más y más profundos por el otro, hay un hueco al que nunca presto atención, una caída en la cual voy de cabeza, sin protección alguna... no es la cama, es el masoquismo; el saber que algo, o en este caso, alguien me hace mal, y sabiendo eso sigo allí sentado, como en una montaña rusa, subiendo a la cima y creyendo que tendré la mejor experiencia de la vida, pero al caer al vacío termina siendo todo lo contrario a lo esperado.
¿Qué es lo que nos convierte en amantes del dolor?, ¿Cuál es la necesidad de auto-flagelarnos por el otro, sabiendo que la salida está justo al frente y que es lo mejor para ambos?
Tal vez diría que la necesidad de estar con alguien, el pensamiento de que no encontraremos a nadie más que esa persona, que nadie nos volverá a hacer sentir esa "única felicidad" que sentimos con ese chicle a nuestro lado, la creencia de que sí ya no está conmigo significará un desmorone inevitable y que pasaremos días enteros con el tarro de helado y los pañuelos, o la idea de que lo que nos está acabando internamente pronto terminará y todo volverá a ser como era en esas primeras citas, donde dejábamos botados a nuestros amigos por ir detrás de las bolas de ese personaje al que ahora idolatramos y lo vemos con el smoking listo para el altar. Puede ser la otra persona la que tenga el látigo, pero somos nosotros mismos los que nos atamos a la cama. Somos nosotros mismos los que terminamos eligiendo un tipo de dolor el cual al final no nos generará ningún placer.
Cuando nos damos en la jeta contra la realidad y entendemos que esa persona no es lo que necesitamos, que realmente no cumple con nuestras expectativas, y que por más que se quiera cambiar a alguien, jamás se va a poder, es ahí cuando entendemos que solo estábamos perdiendo el tiempo, y que pudimos evitarnos muchas cosas si hubiéramos decidido no usar la venda desde el comienzo; corremos a los brazos de esos seres que nos aguantan las lágrimas, nos prestan su hombro para llorar o la plata para el trago, los qué día tras día nos dijeron: "acabé con eso de una vez y se libra de muchas cosas" pero no hicimos caso: nuestros amigos. Iniciamos con una tortura para con ellos en la cual nos volvemos el ser más egoísta en la tierra y solo solicitamos su completa atención encima nuestro, pero no estamos dispuestos a aguantarnos los regaños que no se harán esperar, ni mucho menos el tan aborrecido "se lo dije, pero como no hace caso pues tome pa' que lleve".
Aunque seamos nosotros mismos los que nos ponemos en esa innecesaria situación, depende también de nosotros mismos el querer seguir caminando sobre esa alfombra de agujas, hay que darse cuenta de toda la sangre que van dejando atrás los pies a partir de los chuzos que han entrado. Hay que detenerse a pensar que el corazón también se va llenando de cicatrices, y que muchas veces es mejor evitar otra cogida de puntos amorosa que estar quincenalmente en el quirófano, al que probablemente un día nos cierren la puerta en la cara.
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