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MÁS TÓXICO QUE EL VENENO.

Siempre he sido de esa clase de personas a las cuales les gusta escuchar las conversaciones ajenas en secreto. Y no, no me refiero a ser esa clase de psicopata que lee las conversaciones ajenas en el Transmilenio rumbo a casa o el trabajo, sino más bien me considero un oyente discreto, porque seamos honestos: muchas veces la gente saca de su boca historias que ni uno mismo sabe en dónde se cruzó la línea entre la ficción y la realidad.


Uno de los términos que más escucho en mis conversaciones cotidianas y en las ajenas es la de el determinado personaje considerado ‘tóxico’. Llámenlo ese amigo, roomie, la actual pareja o ex pareja e incluso familiar (porque de que los hay, los hay), que siempre está presente en la vida de los demás, y después de conocer las características de estos individuos, pude darme cuenta que a lo largo de mi vida mucha gente con este defecto de fábrica ha pasado por mi vida, e incluso yo mismo lo he llegado a ser. Incluso yo mismo lo soy, y es más frecuente de lo que parece.


En una era en la que las relaciones y los sentimientos que desarrollamos por los demás parecieran ser efímeros, ya que un día podemos estar queriendo a alguien para tan sólo al día siguiente odiarlo con cada fibra de nuestro ser, ¿es posible normalizar las malas actitudes de los que forman parte de nuestras vidas, o incluso las propias?, ¿debemos soportar los malos tratos que alguien pueda darnos justificando lo que hace inconscientemente, o incluso los que damos?, ¿la toxicidad es el pan de cada día en las relaciones?


Eran las 4 AM. El aire era helado y un cigarrillo era lo único que me hacía compañía a esa hora, cuando decidí pensar con cabeza fría lo que implicaba ser una persona tóxica para el resto, y no es lo que muchos creen; no es tener una pelea con alguien cada cierto tiempo, tampoco lo era el hacerle reclamos al otro sobre cierta persona o situación en particular, y comprendí que es algo mucho más profundo que la romantización mostrada en las películas y series las cuales nos presentan este ambiente de forma ligera creyendo que no conlleva a afectaciones mentales y emocionales. En cualquier tipo de vínculo, la persona tóxica es la que contamina con negatividad y baja autoestima a quienes lo rodeen debido a su egocentrismo y narcisismo. Los tóxicos se buscan entre sí, y en el ámbito amoroso, las parejas tóxicas dominan la relación amorosa, siempre buscan tener la razón a lo que de lugar y absorben la vida del otro por completo. Lo sé porque ese patrón ya lo he vivido.


Dicen por ahí que este — muy amplio — grupo de personas acostumbran a querer ser el centro de la atención, ya que necesitan de validación constante. Además suelen quejarse, atraer conflictos y culpar a los demás de lo malo que les ocurre. Asimismo, siempre tienen historias increíbles para contar. No se pero la mayoría de estos defectos son normalizados en mi día a día y sin darme cuenta, ¿ven hacia donde quiero ir?.


Desgraciadamente las redes sociales e incluso la sociedad misma se han encargado de minimizar este problema, porque lo es. No es sano buscar la aprobación a diario, mucho menos es aceptable el celar las amistades de la pareja, o no asumir responsabilidades en contextos en los que uno sabe que la embarrada vino de la propia boca. No es fácil romper con estos hábitos de la noche a la mañana y cualquiera con dos dedos de frente lo sabe, pero esto es algo que no debe ser minimizado porque el convivir en un espacio así es agotador, tanto para la persona como para sus allegados, no es fácil saber que inconscientemente siempre se crean dramas innecesarios con los demás, y por más dañino que eso sea, no hacer nada para detenerlo, porque bastantes conflictos si se pueden crear a partir de este comportamiento.


Creo que este es mi grito de ayuda. Basta de andar romantizando los celos. La posesividad no es amor, la inseguridad no es amor, la desconfianza no es amor. El mundo nos sigue dando la idea de que es lindo, pero no. Es absurdo. Claro está, no hay que cambiar sólo porque nuestra pareja o un tercero nos pida que lo hagamos, hay que cambiar porque estemos convencidos de que queremos hacerlo, por nosotros mismos, no por nadie. Primero hay que aprender a querernos más a nosotros mismos antes que cualquier otra cosa, aprender a qué es necesario asumir las responsabilidades, aprender a perdonar y a perdonarse. Cuando esos pequeños pasos comienzan a formar parte de una rutina diaria, las personas que te rodean también se sentirán más felices. Créanme, lo serán.

 
 
 

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