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FANTASMA QUE VIENE, RELACIÓN QUE SE VA.

Desde siempre he sido una persona algo supersticiosa; creo en la astrología como la solución a algunos problemas y también como una forma de entenderme a mi mismo y mi forma de actuar y reaccionar frente a situaciones cotidianas. Creo en la vida después de la muerte, llámese reencarnación, o salvación celestial y así mismo le tengo mucho temor a esos seres del más allá que de vez en cuando vienen a darse un paseo por esta dimensión, probablemente para ver cómo están las personas que tuvieron que dejar, o en su defecto para atormentar a aquellos que una vez les hicieron sus días algo imposible de sobrellevar.


Nunca he tenido la desdicha de tener que toparme con uno de estos personajes, y es algo que francamente quisiera que se mantuviera de esa forma, pero algo que si me es difícil evitar o pretender que jamás existió, son esos espíritus de las relaciones, llámense amistosas, amorosas, o de cualquier otra índole; al final del día son un fantasma que nos persigue, muchas veces nos quita el sueño y nos provoca pesadillas o tristezas durante las noches.


Están ahí presentes, merodeando nuestras mentes y persiguiéndonos de vez en cuando, recordándonos que alguna vez esas personas estuvieron en nuestras vidas y que hoy en día ya no es así. Todas esas promesas y palabras terminan siendo como esa gotera que se escucha a medianoche, o este televisor que se enciende de la nada, y que nos deja con una angustia a flor de piel y que nos termina desvelando por noches enteras. No es fácil cargar con esos espíritus, pero es más difícil el dejarlos ir, porque muchas veces no queremos salir de ese cementerio, y optamos por seguir cazando esos fantasmas, e intentar ver qué es lo que salió mal, y de vez en cuando llevar un ramo de flores a la tumba si es necesario.


Puedo decir que Bogotá es una ciudad definitivamente embrujada. Viejos amores, ex-novios, cualquier persona con la que aún existan cuentas pendientes, uno siempre estará destinado a cruzarse con alguien de esa categoría una y otra vez, hasta que por fin todo quede resuelto de una vez por todas. Cuando una relación muere, ¿alguna vez lograremos vencer a ese fantasma? O por el contrario, ¿nos acecharán siempre dichos espíritus de nuestras relaciones pasadas?


Nunca se termina de superar algo o alguien, porque la pérdida es un proceso natural que se debe dar, y lastimosamente así como se aprende a sobrellevar la partida de un ser querido, siempre nos terminaremos acostumbrando a la idea de que esa relación y persona también nos dieron su último adiós. Y así como creo en la astrología, en las energías de las personas y en las del universo, estoy seguro que los fantasmas están y viven entre nosotros, pero a fin de cuentas somos nosotros quienes elegimos que fantasma queremos ver, o en este caso, que nos vea.


La luz al final del túnel no es tan mala después de todo, porque tarde o temprano, ese fantasma se irá por si solo, o en el mejor de los casos aprendemos a convivir con el. No es cosa fácil, ni mucho menos es algo que se disfrute hacer, pero cuando una puerta se cierra, una ventana siempre se abrirá, y con el tiempo aprendí que la mejor forma de hacer que esos espíritus se vayan es: aceptándolo, enfrentándolo, y es ahí cuando la calma volverá.


En mi caso, entendí que hay tumbas que uno no debe volver a visitar o a dejar un ramo de flores, por el bien de uno y del círculo social, y así como es de peligroso el jugar la tabla ouija, el llevar rosas a una tumba donde yace un cadaver y sentarse a charlar con esta, no es más que un acto vano que cuyas palabras se las termina llevando el viento. Mejor vivir con el bonito recuerdo, estar agradecido por lo vivido, y saber que nuestro tren puede que nos deje en nuestra estación final mañana o en 20 años, porque lo que alguien me dijo hace poco es bastante cierto: “la muerte es el único final qué hay asegurado, a fin de cuentas, todos terminaremos en el mismo hueco nos guste o no”.

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