LA EDAD DE LA INCOMPRENSIÓN
- Inside The Closet
- 4 may 2019
- 3 Min. de lectura
Desde hace una semana empecé a vivir con una hermosa gatita, su nombre es Ágatha. Nunca ha sido fácil para mi convivir alrededor de mascotas por la simple razón de que siempre he sigo alérgico a ellas; perros, gatos, y cualquier animal de aspecto peludo siempre me ha provocado estornudos interminables, pero ella no. Cabe resaltar que no es mía, sino que simplemente pasé a ser un intruso en su espacio, a ocupar un territorio ajeno, y debido a este, su acción de refugio es huir a los brazos de su dueño, o en su defecto a un lugar seguro. Algunas veces, al llegar a mi nueva residencia me pregunto que pasará por su cabeza al verme, ¿me verá como su enemigo? O simplemente, ¿se acostumbrará a mi presencia sin musitar maullido? O me aceptará y algún día me dará un ronroneo en señal de tregua... no lo sé, a fin de cuentas simplemente puedo decir que no la entiendo.
Así como no he logrado descifrar el comportamiento de la pequeña, mucha gente tampoco ha logrado hacerlo con el mío: me dan consejos y no los escucho, gastan palabras en cosas cuya resultado será todo lo contrario a lo que dijeron, y siempre busco soluciones a mis problemas en los demás, dejándolo a la deriva y esperando que alguien más tenga las respuestas a mis inquietudes. A eso se le llama testarudez, y ahora más que nunca, esta pasando ya factura de cobro, que ya de por si, va bastante alta.
El entender a los demás nunca será una tarea sencilla, pero en un círculo social tan diverso en el que nos movemos día a día, ¿es posible esperar ser comprendidos por los demás? O por el contrario, ¿son las propias diferencias que resaltamos, las que más nos bloquean la forma de entender al otro?...¿El entender al otro, es algo que no corre en nuestro ADN?
Partamos del principio en el cual nuestra familia no nos cría en base a la aceptación propia desde nuestros primeros años de vida, más bien por el contrario buscan hacer una metamorfosis de lo que ellos son (o fueron) e intentan replicar sus patrones y comportamientos en sus pequeños; más adelante, cuando llega el momento de elegir una carrera profesional, quieren ser los primeros en elegir que camino deberíamos tomar, y se enojan cuando no acatamos a sus peticiones: si estudia moda señalan al estereotipo del gay que carga un metro en sus hombros, si estudia actuación le afirman que no tendrá para un plato de comida, y así sucesivamente. Mal ahí.
Cuando se sufre de ansiedad que termina mutando en depresión cada tercer día, como ha sido mi caso durante los últimos años, no es sencillo pedir que me comprendan, que entiendan la razón por la que armo un drama por lo más mínimo, que necesite un consuelo de vez en cuando, sin necesidad de escuchar palabras o consejos de terceros, o del porque simplemente mis propios pensamientos terminan ahogándome a medianoche, causando desvelos casi diarios e insomnios pronosticados. Siempre he dicho que necesitarían una clase de espejo para poder ver a través de mi.
Si no somos capaces de entendernos a nosotros mismos, no esperemos a hacerlo con el resto, más en la edad de los veinte, cuyo slogan debería ser ‘la edad de la incomprensión’. Lastimosamente esta será la edad en la que más tropiezos se darán, y a pesar de que existe la posibilidad de que tengamos cinco personas con megáfonos, gritando a nuestros oídos que no hagamos determinada burrada, vamos de cabeza y con rumbo fijo al matadero cual cordero sin fortuna.
Aunque mis pensamientos nocturnos son algo que nadie jamás sabrá, no está mal de vez en cuando, tener a ese alguien que esté dispuesto a oír sin juzgar, entender no es fácil, y jamás lo será, sin embargo muchas veces uno no necesita ser entendido o comprendido. Muchas veces las palabras no siempre serán bienvenidas, pero el silencio, es el mejor acto de comprensión cuando no se tenga algo bueno para decir.
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