MÁS FICCIÓN QUE REALIDAD.
- Inside The Closet
- 29 sept 2019
- 3 Min. de lectura
Todos de vez en cuando nos hemos ilusionado con algo: el trabajo y la carrera soñada, el destino en mente para salir a viajar, la marca y modelo del vehículo que anhelamos, esa prenda costosa que siempre esta exhibida en el mostrador pero para cual nunca tenemos la cantidad de dinero suficiente, y aunque nos cueste admitirlo, la persona con la que pasaremos el resto de nuestras vidas, porque si, el amor es una necesidad que inconscientemente todos buscamos suplir.
Normalmente se tiene la creencia de que a la edad de los 20, lo único que hay en la mente de nosotros los ‘millenials’ son los términos: drogas, sexo y fiestas. No hay mucha mentira al decirlo, pero también he encontrado un patrón común en las conversaciones que tengo y en mi forma de desenvolverme con los demás, y es el de esa escondida escasez de amor que padecemos en esta nueva generación, esa es la llave a la puerta, que al ser cruzada de vez en cuando me ha llevado en innumerables veces a ilusionarme con gente e intentar hacer una escultura, en vano, que a la hora de verla con detenimiento no es más que una masa amorfa y sin sentido que ni yo mismo termino de preguntarme de donde fue que terminó saliendo. A eso le llamo ilusionarse, y hacerlo de la forma más ciega posible.
Se supone que no debería ser así, porque uno a esta edad siempre asume que todo será diversión, risas, viajes, y amistades que duraran hasta la tumba; lastimosamente en estos años son donde realmente conocemos el significado de crecer, y el momento en el que más golpes la vida nos puede dar, ¿los 30 serán peor? Espero, por mi propio bien, que eso no sea así.
A este punto solo me queda preguntarme: ¿Es normal tener expectativas sobre alguien cuando se están conociendo?, ¿con o sin señales de advertencia es posible lanzarse al vacío sin saber que pasará?, ¿La realidad siempre nos quitará la venda de la ilusión?...
Otra noche, otro cigarrillo, otro porro y otro desespero. En eso se basa mi rutina al llegar a casa a diario a mortificarme la cabeza cada vez que pienso en el revuelto que tengo ahí dentro cada vez que conozco a alguien, o mejor dicho, que lo desconozco. Nunca ha sido fácil para mí el aceptar que las cosas no se dan de la forma que quiero, ya sea en el ámbito profesional o sentimental. Perfeccionista nunca he sido, pero si arraigado a lo que me interesa. Por tal razón cuando debo meterle el pie al freno al vehículo en el que yo mismo me subí, sin que nadie me lo pidiera, o por el contrario es el personaje que jala el freno de mano sin previo aviso, no me queda de otra que aceptarlo, pedirle amablemente al copiloto que abandone el carro y seguir adelante, porque después de todo de eso se trata la vida. A punta de golpes he caído aprendido que el quedarse atascado en algo o alguien jamás llevara a ningún lado.
Quiero pensar que tal vez todo lo que me sucede sea producto de mi imaginación; las personas, las situaciones, las tormentas, las ilusiones y desilusiones. Creo que es momento de dejar de romantizar el estar botando la baba por alguien que no conviene o que simplemente no es para uno. Por experiencia lo digo, no hay nada ‘romántico’ o ‘goals’ en el estar mal por alguien, y aunque los demás digan que uno mismo es el que se busca sus males desafortunadamente jamás podremos elegir en quien fijarnos y en quien no, ya que eso es algo que el corazón dicta sin avisar, en pocas palabras debo crecer.
Por ahora solo pretenderé que no hay espacio para el amor en la soledad, que todo es más bonito cuando aprendemos a estar bien con nosotros mismos antes de estarlo con otros, y que la realidad, siempre, y sin importar las circunstancias, será más fuerte que la ficción.
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